Álgido Fortunatto


Sobre la sociedad invisible de sus pasos lejanos arde huella encorvada, maliciosa trampa de años y supuestos.
Escafandra desluce su corbata ancha, vestigios de un ser-trabajo todavía, empuja su carro por calles errantes de lata. El esfuerzo de sostener los anteojos borrosos, garúa-catarata, rejuntadera en cintas, pedazos de vidrio buscan aun dignificar el tiempo y la vida en él.
Algido Fortunato, desempaña sus gafas con un pañuelo gris-marrón-mugre que saca del bolsillo izquierdo del saco agujereado y roído que luce. Con la mano derecha se escurre las babas, mientras sostiene con la otra el repleto carro de cartones, donde además lleva un farol roto en la parte trasera y una escoba vieja, ya sin pelos, amarradita con tiritas de gomas resecas.
Bajando por Okenda como quien va hacia el centro comercial, silba una canción de antaño, de la antigua estación, del tren que se va, de aquel amor que inútilmente dejó para olvidar y es todavía costra que de vez en vez sangra joven y se escurre en el colador sucio del recuerdo. Ya en Arruyo Matto, unos perros lo encaran con ladridos de desconfianza. Él detiene su caminante velocidad y los aguarda con total serenidad como para que lo sientan bien seguro. Los perrunos se disipan con la lenta retirada del precavido cartonero, retoma nuevamente su paso atrasado al bulevar del medio día, donde los puesteros de la feria tiran sus almuerzos semanales. Casi con descuido deja ver el aplomado cansancio de su cuerpo, día a día crece. Un mareo, otro, un trastabillo y de dorso al piso ve invertido en el instante del arqueo obligado, volar sus eternos y rejuntados cristales, que ya no podrán nunca mas ser la búsqueda encintada.
En la amistad de las aceradas calles a nadie encuentra, las murallas rigen el aquí y ahora de los diablos concurrentes, él es un allí nuestro de todos los humos, un desconocido que pasa o un conocido sin nombre. Un bálsamo de mentiras nutre la docilidad y el carácter con diarios-revistas-radios-tv y otros vicios que se prestan a tomar, fumar o ver.
Insignificante se sienta en el cordón de la calle, pero ¿cómo volver a casa sin una brújula en los pies?; con el sentido memorioso de ir y venir roto.
Se pasa las dos manos por la cabeza y una lagrima dispuesta a maldecir cae en que la verdad de la plebe-carne y la prole-muerta no es mas que una lugareña tela tendida en el suelo de lo postergado, que cada quien pisotea a su necedad y ceguera.
 Solo así puede comprender con los ojos inútiles y las piernas cansadas a esta vergüenza organizada de olvidos, y este golpe inesperado y desafortunado que retumba y no se va, pero está allí, ...
¿A donde?...

                                                     G.Cz

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